Portugal -Parte II-

Lisboa, Estoril y Cascais

Llegó la mañana del viernes santo. Una ciudad detenida, en duelo por la muerte de Jesucirsto. Los fieles rezando en las iglesias, el encanto en las calles y nosotros dispuestos a embriagarnos por la energía estática que inunda la ciudad, el país y la gente que pulula por los callejones. Caras pálidas se asoman por los balcones viéndonos pasar., mientras nosotros, absortos, contemplábamos el vaivén del tranvía. Un medio de transporte del siglo pasado, accionado por cables de electricidad bordeando la ciudad en rieles escondidos en el asfalto. Ocupamos sus calles, buscamos la estación de tren que nos llevara al encuentro inesperado. El punto de llegada era Cascais. Pero, oh fortuna, la atracción de la arena bañada con el Atlántico nos atrapó y bajamos un par de estaciones antes y descendimos en Estoril. Una playa protegida por un castillo recostado en sus arenas. Cual niños buscando un juguete nuevo nos digirmos hacia la arena blanca, las diminutas ropas y el sol aún tímido iluminando el paraíso. En el camino, nos vimos sorprendidos, algo que confirma que el mundo es pequeño y vayas donde vayas siempre te tocarás con alguien conocido, así fue, Danielle, brasileña y antigua becaria del Programa Balboa, había decidido pasar la Semana Santa en Portugal junto al divertídisimo de Juan, su novio. El encuentro fue genial, tanto como ellos. Nos acompañaron a pasar el momento en la playa. Como en Valencia, Jorge, Jenny y yo nos vimos seducidos por el encanto del mar, esa fuerza azul derramada en el horizonte y recostada en la delicadeza de la arena. Siempre es bueno disfrutar de la tranquilidad que suele ofrecer el océano, la potencia de sus olas y los millones de granos de arena apilados esperando la llegada del agua. Nos quedamos un buen rato aparcados en Estoril, mientras Danielle y Juan nos esperaban -por cierto, es buen momento para agradecer su compañía y su paciencia, es una reinvindicación a la solidaridad e los balboas-. Caminamos, nos sentamos en las rocas, fotografiamos nuestros pies y vimos la como pescaban unos ucranianos. Salimos y nos dirigimos a Cascais, el punto final de ese día. No podía faltar la típica "foto de disco", una costumbre implantada por esta promoción para evitar los cuadros posados y darle mayor detalles a los recuerdos que nos llevaremos digitalmente. En esta ocasión Danielle participó y, con el blanco y negro de marco, marcamos el recuerdo de nuestra presencia en Cascais.

Ese día comimos bacalao, según nos habían adelantado que el sabor esta delicia marina era única en Portugal; no se equivocaron, un platillo sancochado con huevo y otros ingredientes que no recuerdo en este momento, disfrutamos de esta comida con el mar ronroneando en nuestras espaldas. Este viaje fue fenomenal, se podía ver en las miradas, los rostros y la reacción de Helen, David, Jenny, Jorge, Danielle, Juan y yo. Hubo un momento en el día en que recordé el Santo Entierro de la Iglesia de Santo Domingo, supuse que en ese momento recorría las calles de la 12 avenida de la zona 1. Cerré los ojos y me transporté y quise contemplar a los fieles de negro sosteniendo la imagen en sus hombros. La fe de los cristianos llenando las calles del Centro Histórico, un ritual infaltable en el imaginario guatemalteco. Pero bueno, yo estaba del otro lado del Atlántico, parado en los mosaicos ondulados, característicos de Lisboa. Viajar es bueno, no cabe duda que más allá de conocer nuevos parajes se le inyecta al alma nuevas formas de apreciar la vida, saber que hay más personas en el globo que viven, sienten, aman, lloran, caminan, se emborrachan, llegan se van, andan. El viernes santo se terminó, con una velada en la Esquina de Alfama, donde una cálida familia nos ofreció las melodías más desgarradoras y melancólicas del fado portugués. No podíamos (aún en estos días) sacarnos de la mente:

Quatro paredes caiadas,/um cheirinho á alecrim,/um cacho de uvas doiradas,/duas rosas num jardim,/um São José de azulejosob um sol de primavera,/uma promessa de beijosdois braços à minha espera.../É uma casa portuguesa, com certeza!/É, com certeza, uma casa portuguesa!

Fue el broche de oro para un buen día. Hubo de todo. Viaje en el metro de Lisboa, caminamos por las calles vacías del viernes santo. Dormimos en los vagones, intercambiamos conversaciones sobre nuestras vidas, conocimos más a nuestra madrina balboa del 2006. Retozamos en la arena blanca. No había mejor momento que ese, el habernos ido a Portugal fue de las decisiones más honestas, sinceras y aventureras que hemos tenido, aunque nuestro bolsillo haya quedado adolorido por los gatos que tuvimos. Pero eso es lo mínimo, como dice mi novia: Lo demás es lo de menos.

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