Descanso
Llegaron las pascuas. Días de calor, olor a corozo y a descanso. En todos lados se oyen las diatribas punzo cortantes de lo que significa la Semana Santa y toda la parafernalia religiosa que representa para los mundanos. Son días de encuentro espiritual, sin duda. Ya sea cuestionando las concepciones religiosas que contraen estas fechas o buscando un regazo emocional y un reencuentro con las raíces cristianas. Retomar el diálogo con la guía divina que hace falta en estos tiempos revueltos. Otros en cambio, combinan todo lo anterior, pero, en lugar de templos o calles llenas de aserrín pintado viajan a lugares sórdidos para extraer de sus tensiones acumuladas en estos primeros cuatro meses del año. Dejan atrás el inicio del ciclo escolar. Se olvidan de esas prisiones virtuales disfrazadas con elegantes y dinámicas pantallas conectadas en veloces ordenadores; muchos se olvidan de estos métodos esclavización contemporánea y dejan las portátiles en casa y viajan con los teléfonos celulares apagados. La única conexión tecnológica que les acompaña es un reproductor de música, palms con libros digitales, discos y en el mejor de los casos películas con sus respectivos proyectores.
Todo es fiesta. El ganado alista los vehículos, revisándoles el agua, el aceite y confiando que ese olvido de reparación de frenos no les afecte en el trayecto hacia el país de las maravillas. Los hombres invitan a mujeres y las mujeres se dejan seducir por la aventura. Las calles se llenan de carros enfurecidos por llegar a las arenas blancas y negras. Los tripulantes de los carros se adelantan a la ciudad de Baco y comienzan a gastar las provisiones cerveceras mientras conversan sobre la desgraciada vida que llevan y de los proyectos que les esperan cuando retornen de esta pausa.
El tiempo se detiene por un instante. Y la excusa cuaresmal se convierte en el mejor aliado para desenfrenarse en las pasiones más bajas. El sexo, las drogas y el buen rocanrol visten a los veraneantes de todo el mundo. Mientras Jesucristo es transportado por enormes lozas de madera sostenidas por los fieles agotados por el peso y por los pecados. Las calles de las enormes ciudades se convierten en residencias de la feligresía y recuerdan nuevamente el fallecimiento de Jesucristo. Mientras las Sodomas disfrazadas de playas se llenan de pecadores.
Me gustan estos días. Aunque tenga que trabajar las primeras tres jornadas de la semana y deba exprimir a la creatividad rozando a la invención para llenar los espacios en los medios de comunicación, con la plena satisfacción que no seré leído por nadie, me reconforta pensar a partir del jueves todo será diferente. Que Lisboa ordenará mis pensamientos y recargará mis energías para quitarme estos pecados de encima. Que todo el mundo será feliz en donde sea y que la vida seguirá su ritmo cuando resucite nuevamente aquel que cada año perece sobre las vigas de una procesión.
Maldigan lo que tengan que maldecir, lloren lo que tengan que llorar, amen mucho, carcajéense arrodillados y apretándose la panza de tanta risa, pero sobre todo ¡Sean muy felices!
Nos vemos hasta la semana próxima...
Todo es fiesta. El ganado alista los vehículos, revisándoles el agua, el aceite y confiando que ese olvido de reparación de frenos no les afecte en el trayecto hacia el país de las maravillas. Los hombres invitan a mujeres y las mujeres se dejan seducir por la aventura. Las calles se llenan de carros enfurecidos por llegar a las arenas blancas y negras. Los tripulantes de los carros se adelantan a la ciudad de Baco y comienzan a gastar las provisiones cerveceras mientras conversan sobre la desgraciada vida que llevan y de los proyectos que les esperan cuando retornen de esta pausa.
El tiempo se detiene por un instante. Y la excusa cuaresmal se convierte en el mejor aliado para desenfrenarse en las pasiones más bajas. El sexo, las drogas y el buen rocanrol visten a los veraneantes de todo el mundo. Mientras Jesucristo es transportado por enormes lozas de madera sostenidas por los fieles agotados por el peso y por los pecados. Las calles de las enormes ciudades se convierten en residencias de la feligresía y recuerdan nuevamente el fallecimiento de Jesucristo. Mientras las Sodomas disfrazadas de playas se llenan de pecadores.
Me gustan estos días. Aunque tenga que trabajar las primeras tres jornadas de la semana y deba exprimir a la creatividad rozando a la invención para llenar los espacios en los medios de comunicación, con la plena satisfacción que no seré leído por nadie, me reconforta pensar a partir del jueves todo será diferente. Que Lisboa ordenará mis pensamientos y recargará mis energías para quitarme estos pecados de encima. Que todo el mundo será feliz en donde sea y que la vida seguirá su ritmo cuando resucite nuevamente aquel que cada año perece sobre las vigas de una procesión.
Maldigan lo que tengan que maldecir, lloren lo que tengan que llorar, amen mucho, carcajéense arrodillados y apretándose la panza de tanta risa, pero sobre todo ¡Sean muy felices!
Nos vemos hasta la semana próxima...
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