Hospedado entre fantasmas
Siempre me han fascinado las historias místicas, de ultratumba. Será talvez porque crecí escuchando, a falta de televisión, historias de personas que aseguraban haber tenido una experiencia sobrenatural, ya sea con un familiar o con alguien muy querido. Esa fascinación me hace buscar siempre este tipo de historias, contadas por cansadas voces de ancianos, en su mayoría. Me despierta la imaginación. Son temas que me confirman lo difícil que es llegar a conocer todos los secretos de la mente y de la capacidad de aceptar este tipo de fenómenos.
Por ejemplo, el otro día en elPeriódico envié un breve relato, cabalmente para el Día de Halloween, acerca de una experiencia que tuve hace muchos años. Pero bueno, de ese caso en puntual no quiero hablar ahora. Resulta que el martes pasado viajé a Zaragoza a la adjudicación de un contrato a uno de los arquitectos más reconocidos del mundo para un diseño en Teruel, y por azares del destino me tocó hospedarme en el flamante hotel cinco estrellas Meliá Corona de Zaragoza. Un compañero de la revista me comentó un poco de la historia del recinto y resulta que hace cerca de 30 años hubo uno de los incendios más impactantes de la historia española, donde fallecieron al menos ochenta personas. Relatos de sobrevivientes revivían la angustia y agonía de quienes estaban hospedados ese día.
Bueno, la verdad leí algo sobre la noticia y quería estar en contexto para disfrutar la estadía y ambientarme en este histórico hotel. Contemplando las amplias habitaciones quise imaginar el lamento de quienes perecieron presas de las llamas y sin la posibilidad de escapar. Probablemente ese 12 de julio de 1979 descansaban en las confortables camas y nunca más despertaron. Cerré los ojos y quise compartir ese sufrimiento ahogado en las paredes del hotel que se han convertido en verdaderas joyas, encerradas por largos y poco iluminados pasillos, reconstruídos al paso del tiempo, adoptando el actual nombre y sepultando junto a las víctimas la bandera de "Corona de Aragón", talvez por querer limpiar el camino que hicieron las feroces llamas.
Confieso que tanta era la emoción de estar en el lugar que eran las tres de la mañana y no lograba conciliar el sueño, quizá por la energía acumulada en el recinto, quizá por la emoción de estar hospedado en una lujosa habitación o quizá porque estas ánimas disperas en pequeños puntos energéticos querían transmitirme su experiencia. No lo sé, pero no podría describirlo, tendría que ser esa energía gravitatoria que abundaba en el lugar la que dibuje esa sensación ajena a lo normal, lo tangible, lo que pensamos que es real. Menuda experiencia, ágil, viva, emocionante. Lo cierto es que ese rompimiento abrupto de vida puede suponer una justificación de la búsqueda de un eterno descanso, en paz.
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