Cambio de hora
Pronto cumpliremos dos meses de estar pululando en tierras de Cervantes, Unamuno, Lorca y Ortega y Gasset. Las cosas caminan bien. Tengo 19 (bueno físicos ya 18) compañeros, amigos, hermanos, que han sido una maravilla. Un motor que camina a cien por hora marchando siempre hacia adelante. Conozco, a través de sus ojos, mucho de Brasil, Ecuador, Chile, Argentina, Perú, México, El Salvador, Venezuela, Colombia, Costa Rica, Nicaragua, Uruguay.
Además, el país donde, por azar del destino, no tocó compartir la vida es lindo. Tiene una belleza que no cabe en una sola caja fotográfica. Paisajes, historia, música, periodismo, gente. Las personas que he conocido acá se han mostrado tan naturales, expuestas, sencillas, necesariamente honestas. Son dos meses de muchas experiencias que tendría que sentarme a escribir un cuento de cada una de ellas, las cuales han sido compartidas, en solitario, de terceros.
Desde que vine, no podía digerir la magnitud del momento que vivía. Pasaron los días y poco a poco iba acostumbrandome a la idea de estar separado tanto tiempo de lo que más quiero. Abrir mi corazón y mente a otro estilo de vida era la consigna. Pero, por Dios, a quién engañamos, no es fácil desprenderse de todo lo que uno quiere. Era solo cuestión de tiempo para que visualizara en las calles del Rastro, la accidentada Sexta Avenida, ver en las comisuras de la Puerta del Sol, a aquella Plaza de la Constitución llena de palomas, merolicos y charlatanes. Tratar de sentir el aroma del Café León en la Chocolatería Ginés. Era solo cuestión de tiempo para trazar la línea imaginaria que cruzara el Atlántico para llegar con la memoria al Centro Histórico de la zona 1 desde la Plaza de Legazpi. Imaginarme saliendo del Hermano Pedro rumbo al periódico sorteando los enormes congestionamientos de la Carretera al Atlántico mientras sonaban las peores noticias en la radio. Tenía que pasar, a dos meses de estar, literalmente, tan lejos de casa. Y a pesar que los comentarios y conversaciones que he tenido con todos, me ha servido para seguir conectado, me hacía falta sentir esa ausencia física. Siempre es bueno darle ese trabajo al corazón, para recordarle que sigue vivo. Que puede sentir los efectos exteriores y esa acumulación de emociones que la vida regala.
Hoy hubo un cambio de horario en España. Se adelantó un hora. Sorprendentemente, eran las nueve de la noche y el sol no terminaba de ocultarse. Ese cambio me confirmó donde ando y qué estoy haciendo. Era necesario. De ese modo, traerme a la realidad y volverme más contemplativo y absorber la experiencia con la maquinaria funcionando a todo vapor. Recordar que hay gente que me espera y que deseo volver a ver. Ahora no son siete horas de diferencia, la cuota subió, ahora son ocho. Horas, minutos, tiempo.
Además, el país donde, por azar del destino, no tocó compartir la vida es lindo. Tiene una belleza que no cabe en una sola caja fotográfica. Paisajes, historia, música, periodismo, gente. Las personas que he conocido acá se han mostrado tan naturales, expuestas, sencillas, necesariamente honestas. Son dos meses de muchas experiencias que tendría que sentarme a escribir un cuento de cada una de ellas, las cuales han sido compartidas, en solitario, de terceros.
Desde que vine, no podía digerir la magnitud del momento que vivía. Pasaron los días y poco a poco iba acostumbrandome a la idea de estar separado tanto tiempo de lo que más quiero. Abrir mi corazón y mente a otro estilo de vida era la consigna. Pero, por Dios, a quién engañamos, no es fácil desprenderse de todo lo que uno quiere. Era solo cuestión de tiempo para que visualizara en las calles del Rastro, la accidentada Sexta Avenida, ver en las comisuras de la Puerta del Sol, a aquella Plaza de la Constitución llena de palomas, merolicos y charlatanes. Tratar de sentir el aroma del Café León en la Chocolatería Ginés. Era solo cuestión de tiempo para trazar la línea imaginaria que cruzara el Atlántico para llegar con la memoria al Centro Histórico de la zona 1 desde la Plaza de Legazpi. Imaginarme saliendo del Hermano Pedro rumbo al periódico sorteando los enormes congestionamientos de la Carretera al Atlántico mientras sonaban las peores noticias en la radio. Tenía que pasar, a dos meses de estar, literalmente, tan lejos de casa. Y a pesar que los comentarios y conversaciones que he tenido con todos, me ha servido para seguir conectado, me hacía falta sentir esa ausencia física. Siempre es bueno darle ese trabajo al corazón, para recordarle que sigue vivo. Que puede sentir los efectos exteriores y esa acumulación de emociones que la vida regala.
Hoy hubo un cambio de horario en España. Se adelantó un hora. Sorprendentemente, eran las nueve de la noche y el sol no terminaba de ocultarse. Ese cambio me confirmó donde ando y qué estoy haciendo. Era necesario. De ese modo, traerme a la realidad y volverme más contemplativo y absorber la experiencia con la maquinaria funcionando a todo vapor. Recordar que hay gente que me espera y que deseo volver a ver. Ahora no son siete horas de diferencia, la cuota subió, ahora son ocho. Horas, minutos, tiempo.
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