Orgullosamente chapín
"Aquel que es demasiado pequeño
tiene un orgullo grande"
Voltaire
Orgullo. Es una virtud muy legítima. Es incuestionable que todos tenemos el nuestro. Nos enorgullece estar vivos e impedir que otros vivan bien; compartir momentos y hacer infeliz a alguien; concluir una meta y saber que no son necesarias, cada quien con su forma de ver las cosas. El orgullo es una esencia que viene en diferentes presentaciones, pero creo que son tres los importantes: aquel que tienen las personas que ocultan sus inseguridades, el que provoca satisfacción por méritos y aquel que es utilizado para justificar el conformismo, este último, para mí el más dañino.
Lo veo dañino por muchas cosas, pero me limitaré a aquella pomposa frase "orgullosamente chapín" que nos hacen repetir en todos lados, pero que nunca se detiene a reflexionar lo que lleva consigo. Ese falso nacionalismo que realza nuestra condición miserable frente al sistema. Y aventurándome a despertar escozor en alguno, me atrevo a decir que no comparto y, cada vez que puedo, evito replicar esa molesta expresión. Es una argumentación sencilla -y ofensiva- que huye de la idea de construcción de un mejor país.
El otro día tuve una improvisada conversación con un angloparlante, me pidió que le tomara una fotografía frente a la Torre Eiffel, pero antes de terminar me preguntó de qué país era, yo, ingenuamente, hinché el pecho para que entendiera las nueve letras que conforman el nombre del país. No sé si tuvo una reacción instintiva o intencionada, pero esa risa burlona al decirme que "hablaba bien el español", me recordó cuán dañino y doloroso es el orgullo disfrazado de nacionalismo. Pero no me ofendió su comentario despectivo, y no está demás decir que también racista, sino la idea constante de sentirse orgulloso de lo nuestro.
Enumero las cosas de las cuales no me siento orgulloso, y es lo que más se asocia cuando se menciona Guatemala: que un niño conozca antes a maniobrar un machete que a escribir; que antes de salir a la calle se tenga que rezar y despedirse de su familia como que si nunca los volviera a ver, porque en efecto puede que nunca los vuelva a ver; que hayan más poblaciones de familias desintegradas porque migran para buscar una mejor vida; que primero se piense en comer en lugar de jugar; que se reconozca a los indígenas solamente en libros de turismo, en puestos de mercado o como empleadas domésticas; que se disfrute desacreditando la labor de un paisano y aceptar lo "importado"; que se recuerden las necesidades una vez cada cuatro años; que se hable que tenemos un país seguro cuando quien lo habla viaja con un séquito de policías y guardaespaldas; que mientras escribo esto, varios jóvenes vuelven decepcionados de las entrevistas de trabajo y consideren otras alternativas para conseguir dinero; que nos sigan diciendo que somos "una provincia mexicana"; que los adjetivos que acompañan al nombre del país sean "violento" y "pobre", estas son algunas de las cosas que me obligan a renegar del trillado "orgullosamente chapín". Porque como resaltó el Premio Nobel de Literatura de 1950, Bertrand Arthur William Russell: "Las personas infelices, como aquellas que padecen insomnio, están orgullosas de su defecto".
Me satisface y enorgullece haber nacido en tan bello país, donde viven personas con un corazón enorme y dispuesto a compartir.
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