De música

La música es la más fiel expresión del alma. Alguien dijo que sin música las épocas no tendrían historia, algún referente. Un momento, un lugar, un espacio, condicionado por las melodías y el entero lenguaje del tiempo. Creo que, más allá de una excusa de reunir amigos que palpitan con el rasguear cuerdas, seres utópicos que gustan de vibrar bombos y redoblantes o escupir una voz desafinada, el hecho de alquilar un estudio para intentar hacer música sirvió como una catarsis del artista frustrado que todos llevamos dentro. Ahí estaba yo, con el pantalón holgado de Panajachel en el estudio 39Rojo, intentando darle vida al micrófono afónico que anteriormente había sido ultrajado por una banda que merodeaba la sala para enfrentarse al mercado musical. Nosotros no. Eramos unos aficionados melancólicos y auténticos enajenados del rock. El micrófono se resistía a funcionar, mientras tanto Guido enchufaba su Fender cansada y Chalf peleaba porque su electroacústica entrara en el tono apropiado. Una banda improvisada que nacía del sur al centro de América, reunidos al este de la capital española. Dos guitarras, una batería y una voz seduciendo al micrófono que accedió al sonido. Al fondo, Jorge, con su camisola portuguesa, el amo y señor de la percusión le daba ritmo a los temas que salían a la escena jamming del sábado por la tarde. Jorge hacía alarde de sus dotes en los tambores, mientras las guitarras se ponían de acuerdo para hacer música. Así pasó el tiempo. Dos horas de compartir acordes, escalas, letras y palomazos musicales. Así es la música, así es la vida. Esperamos que antes de concluir con nuestra estancia en Madrid podamos salir del encierro de la sala de ensayo y jactarnos de haber hecho simbiosis melódica en algún bar español. La banda no tiene nombre, así que las propuestas se aceptan. Dos argentinos, un ecuatoriano y un guatemalteco jugando con la armonía, polifonía. Marcando ritmo.

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