Primera llamada
Hace justo una semana, el reportero gráfico de este vespertino, Carlos Duarte, captó una imagen muy ilustrativa. Luego de los estragos que causó la lluvia en comunidades aledañas a Palín, Escuintla, el lodo hizo que la altura de un teléfono público fuera ideal para que un niño de unos 7 años lo alcanzara sin ningún problema. Haciendo su primera llamada.
Misma llamada de alerta que dejó entrever este primer temporal que dejó damnificadas, sin techo, a decenas de personas.
Fueron lluvias sin ánimos tormentosos. No así, la primera onda pluvial con vientos fuertes que abrió la temporada con el nombre de Alma. Esta tormenta hizo la llamada pero a todo el Istmo, augurando que no vienen tiempos para nada apacibles.
Los torrenciales de Alma, extrañamente formados desde el Pacífico, le dieron un asalto a la memoria para hacernos ver como una Centroamérica completamente vulnerable ante eventos como éstos.
En las fotografías que calzaron las primeras planas de la mayoría de rotativos de la región se podían ver calles inundadas y ríos subidos de nivel. Páginas que se unen a la historia hemerográfica de otros años.
Este año, justamente cumplimos diez años de aquel devastador Mitch. Nombre que se unió al imaginario colectivo de las desgracias que tenemos encima.
Ojalá que no tengamos celebración. O que para conmemorar esa efeméride no nos caiga otro huracán similar, o peor.
Recuerdo que la televisión transmitía ese 1 de noviembre la catástrofe cruda: Gente llorando, cuerpos apilados, poblaciones destruidas y mucho dolor.
Y a todo esto es válido preguntarse, ¿Qué hemos aprendido de ello? El otro día un vecino del Barrio San Antonio me retaba a responderle cuál ha sido el mérito de las autoridades para demostrar que un Mitch no volverá a dejarnos desnudos. El silencio, bastó.
Luego vino Stan, en 2005, y aunque su intensidad no llegó a codearse con el huracán Mitch, sí dejó también su huella en el país.
Quién ha olvidado, por ejemplo, el lamento de aquel chucho panabajense que lloraba la muerte de su amo, que moría junto a todo su pueblo en Santiago Atitlán.
Si bien es cierto que por nuestra topografía y configuración geográfica somos pasto de tormentas y huracanes, también hay que reconocer que no contamos con sistemas eficientes de prevención, y esa debilidad es la que debemos superar con urgencia.
Las lluvias que devastaron los pueblos de las colonias Las Vistas, Sacramento, Tempisque, María Matos, Palinche, Bella Vista, La Fe, San Benito y María Isabel en Palín es la primera advertencia, Alma complementó la llamada adecuada para ponerse bien los pantalones, tapar todas las goteras y prepararnos para los chubascos.
Misma llamada de alerta que dejó entrever este primer temporal que dejó damnificadas, sin techo, a decenas de personas.
Fueron lluvias sin ánimos tormentosos. No así, la primera onda pluvial con vientos fuertes que abrió la temporada con el nombre de Alma. Esta tormenta hizo la llamada pero a todo el Istmo, augurando que no vienen tiempos para nada apacibles.
Los torrenciales de Alma, extrañamente formados desde el Pacífico, le dieron un asalto a la memoria para hacernos ver como una Centroamérica completamente vulnerable ante eventos como éstos.
En las fotografías que calzaron las primeras planas de la mayoría de rotativos de la región se podían ver calles inundadas y ríos subidos de nivel. Páginas que se unen a la historia hemerográfica de otros años.
Este año, justamente cumplimos diez años de aquel devastador Mitch. Nombre que se unió al imaginario colectivo de las desgracias que tenemos encima.
Ojalá que no tengamos celebración. O que para conmemorar esa efeméride no nos caiga otro huracán similar, o peor.
Recuerdo que la televisión transmitía ese 1 de noviembre la catástrofe cruda: Gente llorando, cuerpos apilados, poblaciones destruidas y mucho dolor.
Y a todo esto es válido preguntarse, ¿Qué hemos aprendido de ello? El otro día un vecino del Barrio San Antonio me retaba a responderle cuál ha sido el mérito de las autoridades para demostrar que un Mitch no volverá a dejarnos desnudos. El silencio, bastó.
Luego vino Stan, en 2005, y aunque su intensidad no llegó a codearse con el huracán Mitch, sí dejó también su huella en el país.
Quién ha olvidado, por ejemplo, el lamento de aquel chucho panabajense que lloraba la muerte de su amo, que moría junto a todo su pueblo en Santiago Atitlán.
Si bien es cierto que por nuestra topografía y configuración geográfica somos pasto de tormentas y huracanes, también hay que reconocer que no contamos con sistemas eficientes de prevención, y esa debilidad es la que debemos superar con urgencia.
Las lluvias que devastaron los pueblos de las colonias Las Vistas, Sacramento, Tempisque, María Matos, Palinche, Bella Vista, La Fe, San Benito y María Isabel en Palín es la primera advertencia, Alma complementó la llamada adecuada para ponerse bien los pantalones, tapar todas las goteras y prepararnos para los chubascos.
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