Como perros y gatos
Cada semana los políticos de Guatemala nos dan lecciones que se plasman en un manual de “recursos drásticos para sobrevivir en el cuadrilátero”. Y, además, ponen de manifiesto que entre los juegos de oposición y oficialismo la discusión de altura es lo que menos se desarrolla.
Los pepés de Guatemala salieron a defender a su máximo líder, para procurar rescartarlo de la salpicada que le dieron al vincularlo a uno de los escándalos que han marcado el ritmo noticioso de este año.
Los de la mano dura, sin dudarlo dos veces, se afanaron en limpiar el nombre de su próximo candidato presidencial a fin de no salir mal parado de todo este embrollo. No importara lo que fuere.
Así, se desató un encontronazo entre el Superintendente de Bancos, Manuel Barquín (quien el domingo anterior hizo la asociación de fondos con cuentas de Otto Pérez Molina), y la cara bonita del Partido Patriota, Roxana Baldetti.
En las aguas tensas, el giro de la historia cambió de rumbo y lo que realmente importa, el fondo del asunto quedó en segundo plano. Nadie ha explicado, por ejemplo, lo tenebroso que resulta que un escándalo de esa magnitud sea tan sólo un punto perdido en la gran macha de corrupción a la que el Estado está sometido.
¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si el aporreado Eduardo Meyer no hubiera hecho la denuncia a sabiendas que eso le costaría su inmediato retiro del cargo? Porque, es conveniente resaltar que si el aún Presidente del Congreso no tiró la primera piedra el asunto del desvío de fondos no tuvera el revuelo que hoy tiene.
No se trata de defender u ofender a alguien, salvo reconocer que si alguien tiene culpa, debe pagar por ello. Sin embargo, lo importante es formarse una idea de cómo se encuentra el sistema en general. Porque el escándalo del Congreso dibuja unas pequeñas líneas del cuadro de corruptela que no hay modo de limpiarlo. Es alarmante imaginar la cantidad de dinero que se pierde en manos de quienes hacen negocios ilícitos con la buena voluntad del pueblo.
Ya no es extraño que se asusten con esas iniciativas que buscan transparentar las funciones y que todos los ciudadanos accedan a la información pública en la ejecución de onerosos presupuestos y que quienes inviertan ese dinero sepan dar explicaciones, de hasta el último centavo, de lo que gastan. Basta ya de esos estúpidos secretos de Estado que son siempre utilizados para filtrar fondos a cuentas, que cuando se descubren, nadie sabe explicar o resultan siendo “trámites personales”.
Lo sucedido esta semana probablemente se terminará el lunes, o el martes. O, algún día en que la agenda noticiosa se vuelque a otra circunstancia distinta. Lamentablemente nuestros políticos tienden a emular las peleas clásicas entre perros y gatos, echándose la culpa unos a otros sin encontrar una solución de fondo a este sistema de malos ejemplos.
Los pepés de Guatemala salieron a defender a su máximo líder, para procurar rescartarlo de la salpicada que le dieron al vincularlo a uno de los escándalos que han marcado el ritmo noticioso de este año.
Los de la mano dura, sin dudarlo dos veces, se afanaron en limpiar el nombre de su próximo candidato presidencial a fin de no salir mal parado de todo este embrollo. No importara lo que fuere.
Así, se desató un encontronazo entre el Superintendente de Bancos, Manuel Barquín (quien el domingo anterior hizo la asociación de fondos con cuentas de Otto Pérez Molina), y la cara bonita del Partido Patriota, Roxana Baldetti.
En las aguas tensas, el giro de la historia cambió de rumbo y lo que realmente importa, el fondo del asunto quedó en segundo plano. Nadie ha explicado, por ejemplo, lo tenebroso que resulta que un escándalo de esa magnitud sea tan sólo un punto perdido en la gran macha de corrupción a la que el Estado está sometido.
¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si el aporreado Eduardo Meyer no hubiera hecho la denuncia a sabiendas que eso le costaría su inmediato retiro del cargo? Porque, es conveniente resaltar que si el aún Presidente del Congreso no tiró la primera piedra el asunto del desvío de fondos no tuvera el revuelo que hoy tiene.
No se trata de defender u ofender a alguien, salvo reconocer que si alguien tiene culpa, debe pagar por ello. Sin embargo, lo importante es formarse una idea de cómo se encuentra el sistema en general. Porque el escándalo del Congreso dibuja unas pequeñas líneas del cuadro de corruptela que no hay modo de limpiarlo. Es alarmante imaginar la cantidad de dinero que se pierde en manos de quienes hacen negocios ilícitos con la buena voluntad del pueblo.
Ya no es extraño que se asusten con esas iniciativas que buscan transparentar las funciones y que todos los ciudadanos accedan a la información pública en la ejecución de onerosos presupuestos y que quienes inviertan ese dinero sepan dar explicaciones, de hasta el último centavo, de lo que gastan. Basta ya de esos estúpidos secretos de Estado que son siempre utilizados para filtrar fondos a cuentas, que cuando se descubren, nadie sabe explicar o resultan siendo “trámites personales”.
Lo sucedido esta semana probablemente se terminará el lunes, o el martes. O, algún día en que la agenda noticiosa se vuelque a otra circunstancia distinta. Lamentablemente nuestros políticos tienden a emular las peleas clásicas entre perros y gatos, echándose la culpa unos a otros sin encontrar una solución de fondo a este sistema de malos ejemplos.
Comentarios