¿Quién podrá defendernos?
Las multitudinarias manifestaciones alrededor del mundo el pasado Primero de Mayo hicieron recordar quiénes son los más afectados cuando la vida se pone más cara.
Guatemala no fue la excepción. Millares de trabajadores, con pancartas incluidas, hicieron ver sus demandas en su reivindicación como miembros de un sector explotado.
Los trabajadores exigieron empleo y un sueldo justo.
Fueron exigencias pertinentes en tiempos donde las vacas se han puesto raquíticas.
Los guatemaltecos de a pie han tenido que ver desilusionados cómo el precio de los productos de su canasta básica se vuelven inalcanzables. El poder adquisitivo ha perdido valor. Por ejemplo, con un quetzal no hace mucho tiempo se compraban cinco panes, y hoy por hoy, se reciben tres, y de tamaños ridículos.
Con la excusa de los precios internacionales del petróleo, los combustibles en las gasolineras han dejado atrás la barrera de los treinta quetzales. Para los últimos días de abril, el galón de gasolina superior registró precios máximos de Q34.13, la gasolina regular se cotiza en Q33.42 y el diésel llega a los Q33. ¿Y los salarios?
Si la gasolina sube, sube el transporte. Y así, ese plus en los costos degenera en centavos más para el consumidor final, quien debe resignarse a quitarse "algunos gustitos" alimenticios como la carne a diario para costear su acceso a los granos básicos. ¿Y los salarios?
El país está llegando a niveles inflacionarios sin precedentes. Y las soluciones dadas hasta el momento rayan en lo ridículo. Basta escuchar las opiniones de fuentes gubernamentales recomendando al usuario "ahorrar" en cuanto a su consumo, sin proponer mecanismos que mitiguen o contrarresten la tendencia alcista.
Claro que el usuario tendrá que jugarse sus propios números buscando acciones racionales para llegar a cada fin de mes sin tener que apretarse el estómago del hambre. Pero esa no tiene por qué ser la solución.
Un economista dijo recientemente a un matutino que no era necesario darle ninguna recomendación de ahorro al usuario, ya que por sí mismo restringirá y programará mejor sus rutas, a propósito de la subida del precio al servicio de transporte colectivo.
Así, es el consumidor quien tendrá que ver cómo encuentra su propia solución, pues no hay esperanza en el Estado todopoderoso.
La voz del pueblo se ha dejado sentir. El río del desconsuelo está llegando al cuello ahogando las pequeñas economías y nomás queda preguntarse: Y ahora ¿Quién podrá defendernos?
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