Toros

Seis horas de viaje. Amarrado al volante para evitar distracciones nocturnas por las carreteras castellanas y vascas. Los tripulantes del carro habían encontrado una posición cómoda dejándome conducir en un silencio que acompañado por el sonido del motor rozaba a la desesperación. Era viernes o sábado ya, no recuerdo bien. Sólo recuerdo que el periplo hacia Pamplona llevaba matices de sensaciones encontradas. No sé si era morbo por conocer, ver y oler el lado no difundido de los sanfermines o entender la razón de quienes se oponen al tratamiento dado a los toros en los encierros. Creo que al final era morbo. Venciendo el sueño y con más ganas que cansancio, llegamos al barrio San Juan de Pamplona o Iruña en euskera, capital de la Comunidad Autónoma de Navarra, donde cada año, por estas fechas se hace un multitudinario peregrinaje de jóvenes, en su mayoría, que acompañan a los locatarios en el honor a San Fermín de Amiens un misionero cristiano que fue decapitado a los 31 años de edad. Es patrón de Amiens, Lesaka, y co-patrón de Navarra. Los festejos comienzan con el lanzamiento del chupinazo (cohete) desde el balcón del ayuntamiento al mediodía del 6 de julio y terminan a las 24 del 14 de julio con el "Pobre de mí", una canción de despedida. Llegué, junto al grupo de nueve periodistas latinoamericanos a las cinco de la madrugada, cruzando las calles donde, sigilosos, con atuendos blanco, pañuelos y cinturones rojos, paseaban zigzagueando varios peregrinos buscando un lugar idóneo para ver el recorrido de los toros. Pamplona durante esta semana de fiestas pasa de 190 mil habitantes a más de un millón 500 mil personas. Una marea de gente consumiendo vino a más no poder. Mientras los minutos pasaban, miles y miles de personas, salían, de dónde no sé, y llenaban las calles, más bien callejones, frente a la sede del gobierno autónomo de Iruña. Intentaba charlar con alguno de los asistentes, pero podía más el vino y el alcohol derramado en el ambiente que entablar una conversación. No era lo que había leído en la novela Fiesta de Hemingway, ni mucho menos lo que transmite TVE en su edición internacional. Estar parado allí intentando mantener el equilibrio y el peso de la marea humana no era lo que me esperaba. Al final, como estaba en un lugar donde se ubicó la masa más testaruda y fue desocupada por la policía, no pude ver los dos minutos y medio que duró el paso de los toros. Probablemente si me hubiera quedado en casa, con la televisión sintonizando el momento no me hubiera llevado una mala impresión de la que es considerada una de las mejores celebraciones del mundo, junto a los Carnavales de Río de Janeiro y la Feria de la Cerveza de Munich.

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