¡Caramba, qué calor!

Uf. No había sentido tanto calor, seco y fatigante, como ahora. Hubo un tiempo que viví en Zacapa, al oriente de Guatemala, tenía, no recuerdo, algo como diez años y pasaba unas vacaciones de la escuela. Había mucho sol. Ducha tres veces al día y por las tardes a nadar. Siempre buscando la sombra de los tamarindos o peleando por las hamacas desocupadas. Dormir en los pisos de losa era de los más rico. Supe desde entonces que el calor no sería mi mejor aliado climático, por eso me sentí más identificado por la montaña, por el occidente, con ropas de algodón, gorros, bufandas y los vientos fríos. Ahora que lo veo, Guatemala tiene un clima privilegiado, si bien las barreras entre una estación y otra han desaparecido y quedado en el recuerdo, si es que alguna vez hubo, el otoño y la primavera. Yo ya solo identifico el verano y el invierno, el primero sinónimo de calor y el segundo de lluvias y huracanes. Pues decía eso del clima privilegiado, porque si bien tenemos ya dos estaciones generales, los microclimas le dan un agregado de riqueza especial. Si viajamos al occidente, por ejemplo, solo en Quetzaltenango podemos pasar de un frío acogedor a un calor desesperante en cuestión de media hora o una hora, increíble, pero cierto. Pasamos la mañana en Xela y por la tarde vamos a Coatepeque a tomar un poco de sol. O, también ir de un calor húmedo como Petén o Puerto Barrios al norte y Atlántico a un calor seco en toda la Costa Pacífca. Tanto el verano como el invierno duran seis meses cada uno con sus respectivas canículas, que son un compás de días para menguar los extremos de cada temporada, es decir, llueve entre el calor y el sol se calienta entre lluvias. En estos últimos días que estaré en Madrid, el calor se ha transformado en insoportable. Como que le subieron al horno y lo dejaron calentar hasta llegar a extremos, que si bien no son tan alarmantes como los antecedentes de los años anteriores, se manifiesta pleno y seco. Aunque, he de confesar que tiene sus ventajas, sobretodo en los atuendos veraniegos, se vuelven provocativos y delirantes. Uf, qué calor. La fatiga hace mella en las emociones de la última etapa del ciclo que termino en España. Las playeras y las sandalias pululan y los abanicos hacen su trabajo para mitigar las altas temperaturas. Habrá que buscar una piscina o playa, o en su defecto, improvisar una hamaca con sábanas para mecerme y sentir un poco de brisa. Pueda que esté exagerando, pero ¡Caramba, qué calor del demonio el que hay!.

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