Berta decide partir
Eswin Quiñónez
eswinq@lahora.com.gt
Hace justo una semana hubo una celebración en la Comunidad de Madrid, por lo consiguiente la actividad mermó y las calles se vaciaron. Cero actividad. Para colmo, llovió. Las banquetas se convirtieron en losas húmedas y frías donde arrastrados pasos huían de la brisa noble que acompañaba la mañana.
No sé porqué, en algún momento, cuando salía del claustrofóbico metro, recordé la conversación sostenida un día anterior con Berta, una joven menuda y risueña que es capaz de construir alegres conversaciones.
Hablamos por el messenger. No podía verle el rostro, pero sus palabras me golpearon tanto que todavía pienso en ella. “Te buscaba porque me despido. Me voy al norte”, me dijo.
No había otra opción. Hizo lo que pudo. Trabajó en lugares que pudo soportar, haciendo labores ajenas a su preparación académica y percibiendo salarios paupérrimos que no le permitían avanzar más allá de sus expectativas, de las necesidades de su familia, de lo que ella hubiera querido hacer en Guatemala.
Berta tiene 26 años y siente que ha gastado todas sus municiones. La idea le dio vueltas y vueltas en la cabeza. Años y años de formación profesional. Aprender otros idiomas. Sin frutos. Experiencia en empleos de porquería, de esos que te dan una patada en el reverso y al carajo. Ni un modesto gracias como indemnización. No lo pudo soportar más.
Hay un límite para la paciencia y el de ella rebasó toda capacidad. Y no digo solo la paciencia de ella, de tantos y tantas jóvenes que ilusionados con un cartón de estudios –para el cual los padres han invertido una exprimida cantidad de quetzales- y un montón de sueños en la bolsa, se enfrentan a una realidad de pocas oportunidades. Contemplar esa irrealidad dibujada por políticos y aspirantes a gobernante, que afirman “nuevas medidas” para brindar mejores condiciones de vida para los guatemaltecos. Guatemala va caminando bien, dicen.
Berta viajará en junio. O en julio. No lo sé. Migrará. Visitará a unos familiares y luego esperará a ser reclutada en algún subempleo del primer mundo y ganarse una vida que nunca obtuvo en su país. La historia reiterativa del guatemalteco. Sumará las cifras de inmigración en otro país y restará las de desempleo en Guatemala.
El frío de las banquetas entra en mí desde los pies, sube deslizándose a la cabeza y rebota en una pila de preguntas imposibles sobre la falta (o mínimas) opciones de vivir en un país donde el trabajo está en extinción y la única salida es como dijera Bolívar “En América, la única cosa que se puede hacer es emigrar". Buena suerte Berta.
*La Hora, 08 de mayo de 2007.
eswinq@lahora.com.gt
Hace justo una semana hubo una celebración en la Comunidad de Madrid, por lo consiguiente la actividad mermó y las calles se vaciaron. Cero actividad. Para colmo, llovió. Las banquetas se convirtieron en losas húmedas y frías donde arrastrados pasos huían de la brisa noble que acompañaba la mañana.
No sé porqué, en algún momento, cuando salía del claustrofóbico metro, recordé la conversación sostenida un día anterior con Berta, una joven menuda y risueña que es capaz de construir alegres conversaciones.
Hablamos por el messenger. No podía verle el rostro, pero sus palabras me golpearon tanto que todavía pienso en ella. “Te buscaba porque me despido. Me voy al norte”, me dijo.
No había otra opción. Hizo lo que pudo. Trabajó en lugares que pudo soportar, haciendo labores ajenas a su preparación académica y percibiendo salarios paupérrimos que no le permitían avanzar más allá de sus expectativas, de las necesidades de su familia, de lo que ella hubiera querido hacer en Guatemala.
Berta tiene 26 años y siente que ha gastado todas sus municiones. La idea le dio vueltas y vueltas en la cabeza. Años y años de formación profesional. Aprender otros idiomas. Sin frutos. Experiencia en empleos de porquería, de esos que te dan una patada en el reverso y al carajo. Ni un modesto gracias como indemnización. No lo pudo soportar más.
Hay un límite para la paciencia y el de ella rebasó toda capacidad. Y no digo solo la paciencia de ella, de tantos y tantas jóvenes que ilusionados con un cartón de estudios –para el cual los padres han invertido una exprimida cantidad de quetzales- y un montón de sueños en la bolsa, se enfrentan a una realidad de pocas oportunidades. Contemplar esa irrealidad dibujada por políticos y aspirantes a gobernante, que afirman “nuevas medidas” para brindar mejores condiciones de vida para los guatemaltecos. Guatemala va caminando bien, dicen.
Berta viajará en junio. O en julio. No lo sé. Migrará. Visitará a unos familiares y luego esperará a ser reclutada en algún subempleo del primer mundo y ganarse una vida que nunca obtuvo en su país. La historia reiterativa del guatemalteco. Sumará las cifras de inmigración en otro país y restará las de desempleo en Guatemala.
El frío de las banquetas entra en mí desde los pies, sube deslizándose a la cabeza y rebota en una pila de preguntas imposibles sobre la falta (o mínimas) opciones de vivir en un país donde el trabajo está en extinción y la única salida es como dijera Bolívar “En América, la única cosa que se puede hacer es emigrar". Buena suerte Berta.
*La Hora, 08 de mayo de 2007.
Comentarios
te felicito y segui adelante porque la forma en que redactas cada tema es excelente.
te esperamos