La realidad en que vivimos
Es difícil pensar otra realidad. Una por ejemplo en la que no haya que bajarse de la banqueta para esquivar el excremento mañanero. O remangarse los pantalones para no arrastrarlos en la agüita amarilla que recorre las ranuras del concreto en las aceras. Hoy es un día de esos, en los que pienso, mientras me sujeto al tubo acerado del autobús Llano Largo, que probablemente haya una realidad más cierta que la que entra en mis pupilas cubiertas con legañas. Esa, la que pregonan los visionarios y la que imaginan mientras conducen sus Mercedez o Beemesdoblevés. Podríamos llamar la “realidad privilegiada”. La que dicen los números que elaboran y calman los nervios con un alentador: ¡Vamos por buen camino! Quizá, sí. Quizá. Entre zarandeo y zarandeo de las paradas y los grandilocuentes aullidos del ayudante (me pareció gracioso que en Panamá les llamen 'secretarios'), procuro cerrar los ojos e imaginar que el viejo que camina con una bufanda vieja, pantalón de lona duro, barba rec