Inmigrante
Las historias de los inmigrantes llegan, se imprimen, circulan y muchas veces no se perciben con la seriedad del caso. Tiene que ocurrirle a uno para entender el sentimiento de frustración y de humillación al ser perseguido y visto como un delincuente, un intruso que usurpa tierras ajenas, decorolando los trazos de pureza en el país "invadido". Cuando ingresé a Madrid, me detuvieron dos veces en el Aeropuerto de Barajas unos policías migratorios, y con prepotencia me exigieron los documentos preguntándome de dónde venía y a qué viajaba a España. Dudaron de mis respuestas, sin embargo, los papeles decían todo: “Otro latino más”. Obvié en su momento esas palabras, quería evitar cualquier mal momento que afectase mi estancia y el trabajo que tenía por delante, lo comenté nomás con los compañeros en forma de broma y anécdota leve de viaje, sin imaginarme que tenía que enfrentarme reiterativamente a experiencias similares. El fin de semana pasado, cuando disponíamos a abordar el tren de alta velocidad en la Estación de Atocha Renfe rumbo a la bella ciudad de Toledo, dos policías, sin apariencia de tales, vigilaban a las personas que descendían de los metros y justamente a los morenos, con rasgos indígenas, detenían con ferocidad, atacando con afiladas palabras tratando de desenmascarar, a fuerza, su ilegalidad en su país acusándoles de “inmigrante sucio” (esas fueron las palabras que escuché de un español en unas de las calles peatones de Madrid, lo dijo en referencia de un marroquí que observaba ropa a través de una vitrina). Jorge y yo caímos en sus garras, el león había lanzado su ataque con garras afiladas esperando encontrar la parte débil de su merienda. Por fortuna, o por pura intuición, ese día eché a la maleta mi pasaporte y, a pesar de la incredulidad del policía, logré escabullirme quedando en mí ese mal sabor de boca y de imaginarme cuántas cosas similares deben enfrentar los compañeros y compañeras que viajan por una oportunidad mejor, escondiéndose y escapando de los agentes que andan cual buitre buscando presas. Junto a mí detuvieron a un joven de aproximadamente 20 años, escuché que era boliviano, lo dijo en la punzante interrogación que el policía le lanzó en el acto. Lamentablemente carecía de papeles, quiso pedirme ayuda, se le veía en los ojos, pero quedé como imbécil, inútil, si poder hacer algo para salvarlo del león. Cayó. Se lo llevaron a no sé donde para, supongo, retornarlo a su país. Jorge se salvó, no llevaba su pasaporte pero los argumentos de ser periodista lograron aplacar la ira de los cazadores de inmigrantes. Este fue el día en que me sentí más solidarizado con aquellos que abandonan, más por la maldita necesidad, que por obligación, su hogar, su familia y deben tragarse la ira mezclada con lágrimas cuando su espíritu de supervivencia es devorada por esas fronteras que amurallan sus espíritus. Sigo pensando en ello, me quitó horas de tranquilidad pensar que el joven boliviano tendrá que retornar a su país con un nudo en la garganta diciendo: No lo logré.
Pero, debo aclarar algo, a pesar de esos malos momentos, debo confesar que no todos, son así, digo, la gran mayoría de personas con quienes me ha tocado relacionarme sea en comidad, reuniones, en la calle o en la misma sala de redacción han demostrado un calor fraternal y un sentido de convivencia fenomenal. Cuando he pedido una ayuda la he tenido, cuando he pedido un consejo de transporte la he obtenido sin problemas. Inclusive la persona que nos arrendó el apartamento tiene mucha calidad de gente, es un ángel. La experiencia relatada es aislada, deviene del juego político que hacen nuestros gobernantes, de separarnos cual animales en una granja con barreras fronterizas. Es aislada pero de cualquier forma real y de esa realidad que duele y te da una bofetada con mucha fuerza. Pero, las cosas son así, así de injustas.
Pero, debo aclarar algo, a pesar de esos malos momentos, debo confesar que no todos, son así, digo, la gran mayoría de personas con quienes me ha tocado relacionarme sea en comidad, reuniones, en la calle o en la misma sala de redacción han demostrado un calor fraternal y un sentido de convivencia fenomenal. Cuando he pedido una ayuda la he tenido, cuando he pedido un consejo de transporte la he obtenido sin problemas. Inclusive la persona que nos arrendó el apartamento tiene mucha calidad de gente, es un ángel. La experiencia relatada es aislada, deviene del juego político que hacen nuestros gobernantes, de separarnos cual animales en una granja con barreras fronterizas. Es aislada pero de cualquier forma real y de esa realidad que duele y te da una bofetada con mucha fuerza. Pero, las cosas son así, así de injustas.
Comentarios
que injusto la verdad. ..