Cablegate


No cabe duda que el morbo es el alimento del ser humano. Y, conocer lo secretos de los demás es la forma más elevada de la orgasmal sensación del morbo. Las escandalosas revelaciones minan de nueva cuenta la credibilidad de la nación más poderosa del mundo que intentó limpiar su nombre de cara a la política exterior con la victoria del demócrata Barack Obama.
La piedra en el zapato de los Estados Unidos tiene un nombre: Wikileaks y un rostro, el australiano Julian Assange, quien ha puesto en jaque una de las administraciones, digamos, más prometedora que había tenido el país de norte en los últimos años.
Pero saber que una presidenta tiene problemas mentales, o que un presidente es hipocondriaco, o la confirmación del interés por aislar a Hugo Chávez en Venezuela, o que el socialismo que predica José Luis Rodríguez Zapatero en España es peligroso, es más bien un sensacionalismo a gran escala que más allá de permitir acusaciones sobre posibles injerencias, de las que ya ha tenido antecedente ese país pone en la mesa de discusión el alcance periodístico en el manejo de la información.
Es notorio el eco bien trabajado por los periódicos de Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra y Alemania, quienes recibieron en contrato de exclusividad los más de 250 mil documentos que obtuvo Wikileaks. Trabajo que irán publicando conforme los más de cien periodistas que desclasifican el material y encuentran documentos que permitan seguir el hilo de las historias que han comenzado a salir desde ayer.
Yo, como periodista, intento convencerme de que ha sido un boom mediático, sin precedentes, superando al histórico Watergate que derrocó a Richard Nixon; aunque se consolidará si los deseos de Chávez porque renuncie Hillary Clinton se consuman. En fin. El sensacionalismo generado por estos documentos no deben considerarse un éxito periodístico como tal, pues el mayor detenimiento profesional ha sido el ordenamiento de la información y el formato periódico que han sabido darle los comunicadores destacados en desenpolvar el archivo.
Sería en todo caso, Assange el que se lleve todo el mérito por la recopilación del material.
Yo, como lector morboso, estoy disfrutando de las chismorrerías que están desvelándose. En todo caso, Estados Unidos estaba en su derecho de ordenar a su cuerpo diplomático a recoger información de ese tipo. Acaso influirían en definir su política de Estado o acaso definir el tipo de apoyo que brindarían a determinado país. El soberano error está, por decirlo así, en la metodología utilizada, porque de una conversación entre Clinton y sus embajadores a archivar cada observación y apreciación personal de los diplomáticos es cosa distinta.
De ese modo también sueltan muchas preguntas que deberán responderse en lo que queda del año y los primeros días del 2011 cuando Assange termine de exprimir su bomba mediática. ¿Qué tanto protege Estados Unidos su información? ¿Cuál era el objetivo de mantener un archivo detallado sobre este tipo de detalles de cada país? ¿Desde cuándo ese país ha estado observando de manera tan minuciosa los pasos de presidentes, políticos y líderes de todos los países donde tiene representación diplomática? ¿Qué pasará con Wikileaks y su fundador? ¿Cómo se limpiará la imagen Estados Unidos? ¿Volverán a tener confianza los países de recibir a los embajadores en sus reuniones privadas? ¿Cuál es el límite de la información? ¿Era necesaria la publicación de estos documentos?
Y, quizá no menos importante, ¿Qué habrá trasladado MacFarland, Derham y los embajadores anteriores en Guatemala sobre los hilos políticos del país y sus gobernantes? Hasta el momento, solo sabemos de la existencia de mil 488 documentos, nos queda nomás esperar qué dirán. ¿Qué dirán?

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