El guardián dejó su morada

Uno de los mejores textos que he tenido frente a mí fue escrito por J.D. Salinger, de eso no tengo duda. Siempre pensé que no había nadie mejor que él. Aún lo pienso. En estos días, encontré una edición agradable y con las letras con el tamaño justo de su obra El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye -1951-), en donde narra las peripecias de Holden Caulfield, a quien siempre lo visualicé como uno de esos tíos malos a los que uno pretende llegar a ser. Hoy leo los periódicos en la Internet y me encuentro con esta triste noticia: su fallecimiento.
Para mí Salinger es escritor pleno. El que escribe sin exponerse. Siempre protegió celosamente su privacidad. En los registros mediáticos únicamente se cuenta con una entrevista al The New York Times en 1974, y realizada vía telefónica. En ella, defendió energéticamente su derecho a conservar su vida privada. Odiaba las fotos y vivió muchos años alejado en una suerte de búnker en una pequeña comunidad de Nueva Hampshire, al noreste de los Estados Unidos, su país natal.
Fue fuente de inspiración de miles de generaciones. Publicó decenas de relatos, cuentos y algunas novelas que inspiraron al menos cinco películas. El hermitaño Salinger disfrutaba publicar, pero odiaba que eso representara tener que rehuir de los medios quienes intentaban asediarlo para lograr una foto en alguna pose sugestiva a los escritores del momento -hay una foto en donde se le ve alejándose de los acosadores reporteros gráficos-.
Salinger se va, como todos los grandes, pero nos deja de herencia una fascinante obra que bien vale la pena redescubrir. Como un mínimo tributo a su inspiración, les comparto un extracto de su novela El guardián entre el centeno:


"Lo malo es que no podía acordarme de ninguna habitación ni de ninguna casa como me había dicho Stradlater. Pero como de todas formas no me gusta escribir sobre cuartos ni edificios ni nada de eso, lo que hice fue describir el guante de béisbol de mi hermano Allie, que era un tema estupendo para una redacción. De verdad. Era un guante para la mano izquierda porque mi hermano era zurdo. Lo bonito es que tenía poemas escritos en tinta verde en los dedos y por todas partes. Allie los escribió para tener algo que leer cuando estaba en el campo esperando. Ahora Allie está muerto. Murió de leucemia el 18 de julio de 1946 mientras pasábamos el verano en Maine. Les hubiera gustado conocerle. Tenía dos años menos que yo y era cincuenta veces más inteligente. Era enormemente inteligente. Sus profesores escribian continuamente a mi madre para decirle que era un placer tener en su clase a un niño como mi hermano. Y no lo decían porque sí. Lo decían de verdad. Pero no era sólo el más listo de la familia. Era también el mejor en muchos otros aspectos. Nunca se enfadaba con nadie. Dicen que los pelirrojos tienen mal genio, pero Allie era una excepción, y eso que tenía el pelo más rojo que nadie. Les contaré un caso para que se hagan una idea. Empecé a jugar al golf cuando tenía sólo diez años. Recuerdo una vez, el verano en que cumplí doce años, que estaba jugando y de repente tuve el presentimiento de que si me volvía vería a Allie. Me volví y allí estaba mi hermano, montado en su bicicleta, al otro lado de la cerca que rodeaba el campo de golf. Estaba nada menos que a unas ciento cincuenta yardas de distancia, pero le vi claramente. Tan rojo tenía el pelo. ¡Dios, qué bien chico era! A veces en la mesa se ponía a pensar en alguna cosa y se reía tanto que poco le faltaba para caerse de la silla. Cuando murió tenía sólo trece años y pensaron en llevarme a un psiquiatra y todo porque hice añicos todas las ventanas del garaje. Comprendo que se asustaran. De verdad. La noche que murió dormí en el garaje y rompí todos los cristales con el puño sólo de la rabia que me dio. Hasta quise romper las ventanillas del coche que teníamos aquel verano, pero me había roto la mano y no pude hacerlo. Pensarán que fue una estupidez pero es que no me daba cuenta de lo que hacía y además ustedes no conocían a Allie. Todavía me duele la mano algunas veces cuando llueve y no puedo cerrar muy bien el puño, pero no me importa mucho porque no pienso dedicarme a cirujano, ni a violinista, ni a ninguna de esas cosas."

Comentarios

Sol dijo…
Qué vuelta al ruedo mi querido amigo!!! Bienvenido con la despedida más sentida dle más admirado.

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