De olimpiadas
Por lo menos unos segundos, miles de corazones vibraron bajo un mismo ritmo al ver desfilar en manos de Kevin la bandera azul-blanca. Y, de nuevo, brotes de nacionalismo hincharon los pechos de quienes aún mantienen la esperanza de que Guatemala consiga glorias por las que no ha luchado. Depósitos de fe a largo plazo cobran sus intereses cuando vuelven justas como las que ayer arrancaron en Pekín.
Los doce atletas, jóvenes todos, llevan la entrega de conseguir un pequeño momento de felicidad para todos, o casi todos los que esperan la reencarnación de un nuevo fenómeno como la carlospeñamanía. Y, con esa característica de cortoplacistas en nuestra memoria colectiva, los mismos políticos cruzan los dedos para que la dicha nos sonría en China y ya sea Christian López, Luis García, Juan Carlos Romero, José Amado García, Alfredo Arévalo, Gisela Morales, Évelyn Núñez, Edy Valenzuela, Kevin Cordón, Juan Andrés Rodríguez, Ignacio Maegli o Rita Agüero consigan una presea.
Así, nuestra atención se desviará ciegamente al otro lado del mundo y adorar al nuevo ídolo, esta vez del deporte. Ya no importará sentirnos indignados que los proveedores de combustible reduzcan una miseria los precios del carburante cuando automáticamente le habían subido tanto como para tambalear la ya tambaleada economía nacional. Tampoco será de real importancia que el número de mujeres brutalmente asesinadas siga engordando los expedientes sin investigar del aparato de seguridad, que cada vez se muestra más inseguro.
Una medalla talvez nos conmueva lo suficiente y nos dejará de incomodar cuando veamos a los diputados felices y contentos por haber hecho las de Poncio Pilatos y lavarse las manos consiguiendo la justificada renuncia de Eduardo Meyer, pero sin aceptar su trozo de culpa en el gran pastel de la impunidad. Porque si algo nos dejó bien claro es que los ochenta-y-dos-punto-ocho millones motivos son tan sólo la guinda de lo que ocurre a espaldas de quien los eligió.
Realmente sería emocionante ver a Guatemala en la última casilla del medallero actual y en el ranking mundial, de ese modo ocuparíamos al menos una línea en el mundo sin esa asociación de que somos "un país de bandidos" como apareció recientemente en un tabloide británico luego que asaltaran a unos turistas en El Rancho. Una medalla, un trocito de felicidad para una sociedad cada vez más golpeada, sería probablemente un ejemplo para la juventud desencantada con la vida y su entorno.
En estos tiempos de olimpiadas, habrá que ponerse cuerpos atléticos para continuar y soportar la maltrecha vida cotidiana que nos regalan cada día.
Buena suerte para los doce -y los otros 33 que gozaron del fantástico viaje patrocinado a Pekín-. Esperamos la primera medalla para el país.
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