Los pobres de siempre

A menudo se habla de los pobres. Este grueso grupo social es abordado siempre y cuando sirva de canal para obtener algún beneficio, claro, que nunca llega a ellos. Cuando digo beneficios, me refiero a préstamos, inversiones extranjeras, capital para nuevas empresas, exportaciones y financiamiento para oenegés y nuevos proyectos.

Los pobres siempre son caballitos de batallas para orquestar sendos discursos político-electorales que terminan convenciendo a más de algún desposeído con la ilusión de conseguir un chance en la gran ciudad.

Derechas e izquierdas abogan por este grupo, cada uno a su manera y cada uno con jubilosas fórmulas que acaban enfrentando la idea de cerrar esa enorme brecha que separa a un pobre de las mieles de un rico. Que conste que en este caso me refiero a la pobreza como la desigualdad en el poder adquisitivo, distribución de la riqueza y la satisfacción de necesidades básicas.

En nuestra época, y en esta coyuntura electoral a muchos se les olvida la forma en que viven los desposeídos: hacinamiento, escasez, precariedad, acceso limitado a servicios básicos, desintegración familiar, inseguridad, insalubridad y unas continuas historias que entretejen la desesperación de ser pobre, condenándolos a acecho imperdonable del resto de la sociedad.

La pobreza, es un tema multidimensional, no cabe duda. Ha servido de materia prima para un sinnúmero de investigaciones que terminan con las mismas conclusiones: gélidos porcentajes de poblaciones empobrecidas envueltas en un abanico de tonalidades e intensidades. Unos más pobres que los miserables, y otros más miserables que los desgraciados, pero todos envueltos al final en números estadísticos que se al final se engavetan.

Pero si se reclama a quiénes en teoría debieran pintar el cuadro y poner una escena común al pobre y rico con igualdad de condiciones, estos se escudan en las famosas cifras macroeconómicas, los indicadores que no distinguen entre un niño del Cantón Las Maravillas del Occidente del país y uno de La Cañada, zona 14. Ese peldaño, por encima de una interpretación fría no desvela la inequidad de condiciones y escuda al Estado para priorizar otro tipo de inversiones que no contribuyen al crecimiento humano de los ciudadanos.

No me tomaré el tiempo de repetir los datos del Banco Mundial y que replican hasta el cansancio en las instituciones de Gobierno, pero tengo la certeza de ir sobre seguro que esas cifras son orquestadas para elaborar estrategias inejecutables y de plazos irrealistas que terminan gastando aún más las finanzas destinadas a mejorar la calidad de vida del guatemalteco. Por ello no nos extrañemos si de pronto nos digan que estamos lejos de cumplir con esas Metas del Milenio o que seguimos estancados en el Índice de Desarrollo Humano, o peor aún, que sigan viniendo turistas con latas de comida en las mochilas con esa idea que vienen a un bosque donde la comida es escasa y tendrán que matar macacos para poder comer.

Los pobres seguirán siendo pobres, no cabe duda, así le conviene al sistema, de ese modo se legitima y se justifica, construyendo falsas ideas de crecimiento y pueden demostrar con argumentos esa política entreguista que nos ha caracterizado como país.

La pobreza es una realidad que apabulla, y que duele. Si usted quiere verla retratada con una buena interpretación, les invito a ver la obra Circo Fúnebre en el Teatro de Bellas Artes, donde unos jóvenes reviven en un escenario melodramático las cotidianidades de un barrio común con los fantasmas reiterativos que atrapan, como una maldición, al pobre que lo separan de la alta sociedad, aunque comparta los mismos males internos.

eswinq@lahora.com.gt

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