Como en feria
Hace unos años llegó a la Feria de Jocotenango un joven en compañía de su novia. Ella quería el premio mayor de un juego de tiro al blanco. Era un oso de peluche grande, el más visible del puesto. La muchacha puso la condición de que si no tenía el peluche terminaría la relación. El encargado del puesto —quien recuerda esta anécdota— vio que en el cincho el joven tenía una pistola. Eso le dio miedo y ofreció, a cambio de los 10 quetzales que valía el turno, darle un par de tiros más. El novio pidió solo tres oportunidades. Se acomodó el cinturón. Apuntó, respiró hondo y tiró. Ningún balín atinó al premio mayor. Volteó hacia su pareja y la vio inexpresiva. Molesta. El encargado, viendo la escena de tensión, le dio un tiro de cortesía. —Si fallas esta, me voy—, dijo ella. —Esto está trucado, dijo él. —¡Vamos, joven!—, dijo el feriante. ¡Pum! El sonido de una lata avisó de un premio. Pero no fue el mayor. Resignado el muchacho de la pistola en el cincho quiso que el encargado del puesto