Como cambiarse de calzoncillo


Uno ya no sabe si culpar a los políticos y al sistema. O a la inversa. Y si bien el marco legal es permisivo o, para ser más exactos, estúpidamente permisivo, hace que nazcan, crezcan y se reproduzcan como conejos las agrupaciones políticas al mismo ritmo en que duran los procesos electorales. Aunque parezcan distintos partidos políticos detrás de ellos y en muchos casos abanderándolos están las mismas caras que en otro momento han desprestigiado la mal llamada democracia guatemalteca.

Estos viejos zorros se venden de nuevo con los rostros del cambio, como si no fuera un discursillo, que además ya huele a pasado de moda. Cada cuatro años, cuando nos acordamos que hay que elegir autoridades, nos damos cuenta que nada ha cambiado. Solo los colores, los dibujos en los logos y las cancioncillas. El resto, el esqueleto es el mismo. Así, como electores quedamos siempre en la disyuntiva entre votar por el menos peor o votar por quien jura será el paladín del cambio social.

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Digamos que no es una maña del guatemalteco eso de tener estereotipos o prejuicios contra los políticos locales. Tampoco es una total ignorancia el no construir verdaderos simpatizantes hacia equis o ye agrupación política. Mucho menos se trata de un analfabetismo político. Y aunque haya un poco de todo esto en nuestra sociedad, también el descrédito se lo han ganado con creces aquellas personas que adulteran los pocos caminos democráticos que tenemos para crecer como país y como sociedad.

Esa antipatía política es un elemento desastrozo para países como el nuestro en donde las vías para construir sociedad se reducen a un crayón, una raja de urna y un manchón de tinta en el dedo.

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¿Por qué no me sorprende que el padrón electoral llegue a los 7.5 millones como lo ha anunciado el Tribunal Supremo Electoral? Digamos que es normal, porque nuestra población adulta es distinta a la población adulta de hace cuatro u ocho años. Ahora hay más jóvenes, y jóvenes tecnificados que se han animado a probar suerte en las elecciones. Jóvenes que estrenan documento de identidad y quieren ponerlo en marcha con un evento por demás trascendental en su vida. Jóvenes que, a pesar las viejas mañas de los políticos, intentan en pequeños grupos encontrar una verdadera expresión cívica y dejar huella eligiendo entre toda la mala hierba aquella que está menos contaminada.

Contaminado por las mismas caras. Las mismas y malas alternativas que se presentan cada cuatro años. Caras que se presentan con un calzoncillo diferente, y digamos que de una forma reprochable que atenta contra la confianza de los ciudadanos que cobrarán la factura de sus ambición el día en que en las urnas haya una manifestación cívica, real y honesta. Al estilo indignados.

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Pero, dejando el pesimismo por un lado, es loable cómo se han despertado, quizá muy dispersos para mi gusto, esos movimientos juveniles que aspiran por la conciencia ciudadana y apelan a un voto más sesudo. Es, digamos, esperanzador que aunque no constituyan una fuerza política aún, pueden caminar a crear una rebelión cívica y pelear con lo que está a la mano. En el mismo sistema, ya que esto es lo que hay.
*Foto tomada de Padylla.com

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