La pera loca artesanal


Recuerdo exactamente que tenía doce años porque ese año terminaba mi primero básico. Era mayo. Casi cumplía 13. Llovía un poco, por eso utilizábamos el garash de la casa que para ese entonces me parecía enorme. En la viga central colgábamos un saco lleno de arena y lo golpeábamos siempre que volvíamos del instituto. Era divertido. Primero fue un pasatiempo de mis hermanos y mío. Hasta apostábamos por quién le daba el golpe más fuerte. Pesaba el condenado saco. Era de esos de Pantaleón y cuando le pegábamos muy duro iba soltando pocos de arena al piso de loza.
Nos acostumbramos a ese pasatiempo. Era nuestra pera loca artesanal.
Algunos días después se volvió popular nuestra pera loca artesanal y fueron llegando los demás patojos de la calle. Esos que nunca tienen nada más que hacer que estar en la calle. Es increíble pero a la hora que salía, siempre me los topaba. Eran los mismos: Diego, Tono, el Canche y Molocho, a este último nunca supe por qué fue apodado así. Tono era el más grande y por consiguiente solía dirigir la pandilla. Esa vez la rejilla de la calle había quedado abierta y entró Tono con el Molocho y vieron el costal. En ese momento estaba solo mi hermano Alejo recogiendo la arena que había soltado la pera loca. El Tono la pateó fuerte, luego lo hizo Molocho. "Qué buena esta mierda", dijo. Pasaron como media hora dándole con fuerza y se fueron. Al otro día volvieron a la misma hora, ya con el Canche y Diego, Así que entre Alejo y yo propusimos una pequeña contienda para ver quién aguantaba golpeando más fuerte pero sin zapatos.
Pasábamos semanas dándole duro a ese pedazo de arena. Nuestros pies terminaban rojos y muy adoloridos. Al Canche lo tuvieron que enyesar porque se había doblado el tobillo derecho. Ese fue el fin de la pera loca, al menos por un tiempo. Porque la resucitamos en otro sitio. Era un barranco ubicado como a un kilómetro de nuestras casas. Justo había un árbol enorme y frondoso, con unas ramas gigantes y una justo sobresalía de las demás y fue en donde amarramos con lazos nuestra pera loca artesanal. Para ese entonces ya le habíamos cambiado el relleno.
Todas las tardes, a las tres íbamos en pequeños grupos al sitio donde estaba el saco. Para entonces ya éramos como quince los fanáticos de eso. Pero un día pasó algo distinto. Los lazos no soportaron el peso de la arena y como ya estábamos en invierno, el agua de la lluvia debilitó la pita. ¡Já! Fue gracioso, porque Billy Pelotas cabal había hecho una su payasada de patada y le cayeron las cien libras encima. Jajaja Todos nos cagamos de la risa. No había visto nada más gracioso. El pobre casi termina con la columna lastimada, pero fue muy graciosa esa escena. ¡Já!
La cosa es que eso sirvió para que la pera loca artesanal dejara de ser un pasatiempo. Como una despedida de eso, al Tono se le ocurrió armar una especie de luchitas y nos organizámos en dos grupos, uno de siete y otro de ocho. Yo estaba en los de ocho, porque allí estaban los más pequeños. Nos descalzamos y comenzámos a darnos a golpes. Ya eran casi las cinco de la tarde y la lluvia se hizo presente. ¡Já! No sé quién me golpé en la oreja y ya no supe más. Alejo me contó después que como estaba desmayado todos terminaron de pijacearse y me llevaron a la casa.
Me acostaron justo en medio del garash donde comenzó la historia.
Desde entonces, los juegos donde invocrábamos golpes se suspendieron. Volvimos a las chamuzcas, al menos hasta que cumplí 15. Recuedo. Pero esta vez las peleas eran más serias.

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