La pera loca artesanal
Recuerdo exactamente que tenía doce años porque ese año terminaba mi primero básico. Era mayo. Casi cumplía 13. Llovía un poco, por eso utilizábamos el garash de la casa que para ese entonces me parecía enorme. En la viga central colgábamos un saco lleno de arena y lo golpeábamos siempre que volvíamos del instituto. Era divertido. Primero fue un pasatiempo de mis hermanos y mío. Hasta apostábamos por quién le daba el golpe más fuerte. Pesaba el condenado saco. Era de esos de Pantaleón y cuando le pegábamos muy duro iba soltando pocos de arena al piso de loza. Nos acostumbramos a ese pasatiempo. Era nuestra pera loca artesanal. Algunos días después se volvió popular nuestra pera loca artesanal y fueron llegando los demás patojos de la calle. Esos que nunca tienen nada más que hacer que estar en la calle. Es increíble pero a la hora que salía, siempre me los topaba. Eran los mismos: Diego, Tono, el Canche y Molocho, a este último nunca supe por qué fue apodado así. Tono era el más grande