De nombres automáticos
Hoy despedí al primero de la manada que emprendió su viaje de vuelta a casa. El retorno. El camino de vuelta. Así. Y como que nada hubiese pasado llegó el final de seis meses de redescubrimiento personal. Recuerdo que al ocupar la butaca del vuelo de Iberia el martes 30 de enero a las 18:00 en el Aeropuerto La Aurora tenía la primera misión: memorizar unos nombres que sin previa ubicación geográfica, me parecían del otro mundo. Barajas, T4, Nuevos Ministerios, Gregorio Marañón, Zurbano. Procurando memorizar paso a paso las distintas formas de encaminarme al hotel donde me reuniría con los otros 19 periodistas que, para ese momento estaban por abordar sus respectivos vuelos. El vuelo. Un silencio. Las pequeñas espinillas que rascaban el estómago y cinco gigas de música fueron mi compañía en el viaje. Y, aunque hubiese querido charlar con alguien, no hubiera podido. Para mi mala suerte, todos los viajeros circundantes a mi butaca eran franceses. Supongo que se trataba de un chárter con tarifa reducida a Guatemala o un grupo de turistas que habían llegado a explorar la selva maya. En fin. Entre francés y cabezasos del vecino recorrí, no recuerdo bien, trece horas sobre el Atlántico. Una antecesora habían elaborado una guía básica de movilidad para los nuevos becarios. Entretenida y dinámica. A pesar que leí las recomendaciones, tres, cuatro, cinco veces, de cara a cara, al derecho y al revés, siguiendo todos los pasos, uno a uno, en un reocorrido mental, preferí viajar en taxi desde Barajas al Hotel.
El mismo temor y la sensación de soledad que me empujó con mis pesadas maletas hizo que me encaminara por el camino fácil. Llegue el 31 de enero. El frío abrazaba los cero grados y un delgado abrigo no bastaba para evitar que los huesos dejaran de tiritar, porque realmente el causante de ese temblor era el miedo.
Poco a poco fueron cayendo. Unos en metro, otros en taxi, y no recuerdo si alguien hizo una combinación de bus y metro. Lo cierto es que el siguiente reto era memorizar los nombres de los 19. Maru, Laura, Edson, Érica, Helen, Pedro Pablo, Laura, David, Jenny, Mario, Keny, Olmedo, Alfredo, Óscar, Sol, Maca, Rocío, Guido y Jorge. Aunque poco a poco sus historias fueron cazando en un rompecabezas que parecía familiar. Historias que parecían que ya las conocía. Hoy las conozco, hoy se dispersan. Esa ruta que no conseguí hacer cuando vine, será la que me lleve de vuelta al lugar donde inició todo. Y a despertar.
El mismo temor y la sensación de soledad que me empujó con mis pesadas maletas hizo que me encaminara por el camino fácil. Llegue el 31 de enero. El frío abrazaba los cero grados y un delgado abrigo no bastaba para evitar que los huesos dejaran de tiritar, porque realmente el causante de ese temblor era el miedo.
Poco a poco fueron cayendo. Unos en metro, otros en taxi, y no recuerdo si alguien hizo una combinación de bus y metro. Lo cierto es que el siguiente reto era memorizar los nombres de los 19. Maru, Laura, Edson, Érica, Helen, Pedro Pablo, Laura, David, Jenny, Mario, Keny, Olmedo, Alfredo, Óscar, Sol, Maca, Rocío, Guido y Jorge. Aunque poco a poco sus historias fueron cazando en un rompecabezas que parecía familiar. Historias que parecían que ya las conocía. Hoy las conozco, hoy se dispersan. Esa ruta que no conseguí hacer cuando vine, será la que me lleve de vuelta al lugar donde inició todo. Y a despertar.
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