De nombres automáticos
Hoy despedí al primero de la manada que emprendió su viaje de vuelta a casa. El retorno. El camino de vuelta. Así. Y como que nada hubiese pasado llegó el final de seis meses de redescubrimiento personal. Recuerdo que al ocupar la butaca del vuelo de Iberia el martes 30 de enero a las 18:00 en el Aeropuerto La Aurora tenía la primera misión: memorizar unos nombres que sin previa ubicación geográfica, me parecían del otro mundo . Barajas, T4, Nuevos Ministerios, Gregorio Marañón, Zurbano . Procurando memorizar paso a paso las distintas formas de encaminarme al hotel donde me reuniría con los otros 19 periodistas que, para ese momento estaban por abordar sus respectivos vuelos. El vuelo. Un silencio. Las pequeñas espinillas que rascaban el estómago y cinco gigas de música fueron mi compañía en el viaje. Y, aunque hubiese querido charlar con alguien, no hubiera podido. Para mi mala suerte, todos los viajeros circundantes a mi butaca eran franceses. Supongo que se trataba de un chárter con