Invisibilizados

"El que nos encontremos tan a gusto en plena naturaleza proviene de que ésta no tiene opinión sobre nosotros" Friedrich Nietzsche.

El color de nuestro cielo. El horizonte adornado por potentes montañas bañadas por el rocío madrugador que inspira el canto de los pájaros en esta primavera perpetuada. Bellezas naturales y gente inigualable. Hay muchos motivos para querer este pedazo de tierra, pero, lamentablemente, la balanza se comienza a inclinar en favor de las otras razones a pensar lo contrario.

Desde la educación primaria, allí, sentados en los pupitres semidestruidos, se nos intenta inyectar un nacionalismo enfermizo; una hilera de sentimentalismos cívicos que amarran la idea de que somos "el mejor país del mundo", y decapitar cualquier intento de crítica y análisis realístico de nuestro entorno. Desde entonces, nos subimos a un vehículo con los cristales empañados de indiferencia y conformismo que nos impide visualizar el camino hacia el precipicio en que nos llevan.

"Vives en un bonito país. Lástima que sea muy violento", me comentaba un periodista sudamericano, mientras me dejaba paralizado pensando en algún argumento para contradecirle esa sentencia. No había manera, eran palabras empapadas de absoluta verdad. Y es que me llena de impotencia pensar que desde afuera el país donde vive mi familia, mis amistades, toda la gente que quiero y estimo, está muy lejos de alcanzar un lugar de respeto ante las demás naciones.

Acá mueren casi medio centenar de mujeres al año. Ocupamos la casilla 118 en el Índice de Desarrollo Humano que mide logros en términos de expectativa de vida, niveles educacionales e ingreso, el peor calificado de Latinoamérica. Más de medio país viven marginados, es decir sin accesos o con mínimos accesos a los servicios públicos -como educación, vivienda, agua y saneamiento-. La carencia de materia de derechos humanos es la tónica diaria. El salario se ha convertido en un calvario de cuenta-monedas-para-poder-vivir y es ingenuo suponer que resiste para combatir la constante subida de precios. El acecho de los grupos delincuenciales impide que vivamos con tranquilidad, mientras tanto, en el Congreso los políticos ocupan su agenda para discutir una inmerecida indemnización o se construye "el mejor aeropuerto de Centroamérica" -aunque más de la mitad de los guatemaltecos lleguen algún día a utilizarlo-.

Puede que sea pesimista. Que, en este entorno, lo soy. O, probablemente tenga desinflado el globo de la motivación, pero es que me cabrea pensarnos invisibles y ajenos a una realidad que se repite, acá, donde el verde refulgente acaricia los lagos, ríos y donde la fauna recorre los llanos rociados del trópico primaveral en que vivimos: En el país de la eterna injusticia.

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