Se nos quema la vida

No recuerdo, digamos, cuándo fue que el terror ha pasado de la ficción a la realidad. Cuándo se vino a teñir de rojo una sociedad que se ha convertido en un espejo del miedo. De cadáveres que viajan en buses, que toman café, que tienen empleos y familias. Cadáveres que duermen, respiran y piensan acariciando a la muerte, cadáveres en potencia.
El desgarrador llanto de Jorge Efraín Cac Gutiérrez, un taxista de profesión y padre de familia por decisión, quien en menos de media hora le asesinaron a su familia, golpea hasta el tuétano y nos vuelve a desnudar frente a una cosecha de imágenes tétricas de una historia cuyo desenlace ya es difícil de predecir. Una historia de nación que ha hecho perder nuestra capacidad de sorpresa, de humanización.
Hastío. Ese sentimiento desolador de incapacidad. Narraciones que venden periódicos y ganan audiencia, que alimentan el terror. Uno pierde las ganas, de verdad, de defender lo indefendible. De beneficiar con la duda respuestas que se alejan de la realidad. Sí, caminos para el escape los hay. De haberlos los hay. De lo contrario sociedades otrora sometidas a enfrentamientos sociales han superado, quizá a paso lento, pero transformar su entorno apagando esa sed de destrucción humana.
Hay días en que uno realmente quisiera poner el pie en el suelo y levantarse de la cama imaginando un país distinto, que sea fácil detenerse a disfrutar de una ciudad, su gente, sin miedo. Dejar de argumentar causas -y entenderlas- para que poco o nada se haga para que la igualdad social reduzca el apetito de destrucción, la sed de muerte.
Cualquiera dirá que el crimen es fruto de una nación mal administrada, de una clase entreguista a la consolidación del poder, del apoderamiento de los recursos, de la falta de oportunidades. El otro día, un tipo de quien el nombre olvidé, sostenía que el problema en el país es que la gente es acomodada, no trabaja y poco hace por sobresalir, y ¡Vamos! con las ventajas sociales que éste tenía, sus palabras tenían un empalago de mezquinidad al retirarse acomodándose frente al volante de un mercedesbenz y sus viajes a Miami. ¿Resentimiento? Ninguno. ¿Desprecio? Quizá. Sobre todo, por sus últimas palabras: "Al fin y al cabo, esta tierra de indios pobres nunca dejará naufragar en el tercer mundo". Quizá exagere las palabras, pero el sentido fue el mismo.
Bueno, es probable que sí haya un poco de resentimiento. Pongámoslo en el escenario recurrente de la maldita brecha social que nos coloca en el desafortunado pedestal de países miserables, con potencialidades, pero miserables. Cuya economía aún tradicionalista consolida fortunas y miserias. En donde aquellos que conforman el círculo de la pobreza engrosan los números y síntomas sociales que sirven como caldo de cultivo para un crimen aprovechado de las desventajas para construir un poder paralelo, feroz y desquiciado.
Estas estaciones de decepción social que tienen un dejo de auxilio solidario. Hay movimientos desinteresados de quienes se identifican con el sentimiento de dolor y brindan una mano, en este caso, a un padre de familia que ve morir a su esposa y dos de sus tres hijos en condiciones francamente despreciables, y son movimientos dignos de reproducir y apoyar (Por cierto, la cuenta de Banrural para depositar ayuda económica para Jorge Cac Gutiérrez es 3-445-21137-1), sin embargo, también es urgente replantear con la coyuntura ad hoc qué clase de gobernantes queremos y qué podemos hacer para reducir los escenarios que empujan y alimentan los monstruos criminales, porque no es nada gracioso tener que esperar a que nos llegue el turno para llorar a uno de los nuestros.

Foto Tomada de Prensa Libre

Comentarios

carol dijo…
Qué tristeza tío, y más tristeza todavía saber que a corto plazo no se va a solucionar nada; y que, a más corto plazo todavía, es probable que incluso empeore. Es la corrupción? es la pobreza? es la desigualdad? es el narcotráfico. Y la pregunta del siglo, qué podemos hacer nosotros, desde la sociedad? las ayudas puntuales ayudan puntualmente, pero está claro que no solucionan el problema.
vaya mierda, la verdad
Beatriz Lix dijo…
La pregunta de la mayoría, me parece, que fue ¿Y ahora qué hacemos?, vivimos con miedo, nos quedamos encerrados, nos conformamos, fingimos demencia o buscamos una solución. El sentimiento de impotencia que se tiene ante estos hechos es grande. Te felicito. En tu escrito describiste muy bien lo que cada uno de nosotros siente y piensa cada vez que salimos a la calle. Saludos

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